Es tarde, y a pesar de que mañana me arrepentiré de haber trasnochado tanto, y de no estar a estas horas en los brazos de Morfeo, pero no puedo.
Por fin está llegando algo de fresco, porque aún no puedo hablar de frío.
A pesar de que los ojos me pican, no puedo cerrarlos.
Aunque mi cuerpo esté bajo mínimos, no puedo relajarlo.
Pese a que la conciencia me dicta a apagar las luces, no puedo quedarme a oscuras.
Mas cuando deseo tener paz y silencio, mis oídos me piden dulces melodías.
De cierto modo me encanta la llegada del otoño, porque es sinónimo de cambios, de nuevos comienzos, de nuevas expectativas, de nuevas ilusiones, de un millón de sentimientos encontrados, pero todos llenos de luz; de esa suave luz que ilumina el suelo lleno de hojas caídas.
Aún cuando todo eso está presente este otoño no trae las mejores noticias, ni invita a la retrospección, pues sólo traería penas. Hay muchos cambios este fin de año, se cierra una gran etapa de la vida de muchos, y comienzan nuevos tiempos, donde muchos de los que me han acompañado en este caminar de la vida, se separaran temporalmente de mi, de los suyos y de todo aquello que conocen.
A aquellos que ya se fueron, a los que en breves se marcharán, a todos los animé a irse, era lo correcto, pero os tengo que confesar algo, os echo y echaré de menos.
Siempre fui la que corria cuando algo le resultaba monótono, ahora soy la que me quedo, pero de vez en cuando hay que saber que significa estar al otro lado de la delgada línea. Que implica jugar en el bando contrario.
Es momento de cambios, es momento de seguir hacia delante y a pesar de todo debo dar gracias a ese polizón, el cual me acompaña abordo de mi nube de sueños en ese viaje hacia lo desconocido.........................haciendo el viaje fascinante y divertido.